lunes, 26 de junio de 2017

Dos agobios de junio: el final de curso y las graduaciones


El fin de curso es la época más estresante para cualquier estudiante; las personas que están en edad académica y sufren trastornos de la conducta alimentaria (TCA) aún lo tienen más difícil. En este post analizamos los motivos de ello.




La exigencia y la dificultad de manejar las emociones son los enemigos principales del estrés que sufren los afectados de TCA. Las personas que padecen estas alteraciones suelen ser muy perfeccionistas. Ello les  lleva a luchar por notas altas, algo que sería positivo, si no supusiera un problema para su salud y no lo vivieran con gran angustia. El temor a no alcanzar buenas calificaciones hace que permanezcan en un estado de ansiedad permanente, dedicando mucho tiempo a estudiar y considerando que nunca han hecho lo suficiente. Esta exigencia, las alteraciones del sueño, la ansiedad (al pensar que no van a alcanzar buenas notas) y las alteraciones alimentarias, también puede conducirles a que puedan entrar en un periodo de apatía. La sobre – exigencia puede conducir a la apatía. Lo que sucede es que la persona siente que no va obtener los resultados esperados y deja de intentarlo, es decir, deja de estudiar y abandona. Ello les generará sentimientos de frustración, culpa y baja autoestima. Es importante señalar que este estado puede coincidir o estar originado por una depresión. 

Recordemos que las personas que padecen TCA, no lo eligen, sufren una alteración psicológica. Si ellos pudieran solucionarlo de otra forma, evidentemente lo harían. Estas épocas son duras para estos estudiantes pero también lo son para su familia que necesitaran altas dosis de paciencia, calma, amor y firmeza. El asesoramiento de las asociaciones y de  los profesionales puede ser de gran ayuda para los afectados y sus familiares.

Esta etapa de estrés les lleva a intentar controlar la ingesta alimentaria para restablecer su equilibrio emocional. Es decir, al restringir el alimento o comer lo no permitido (picar o tener atracones) restablecen su equilibrio emocional, pero les genera otros problemas. Restringir el alimento les produce una sensación de control, algo como “si peso X, los exámenes me saldrán mejor”, “mis mejores notas son cuando estoy delgada”. Esta restricción,  además de no ser saludable, tiene diferentes consecuencias.  Por un lado, el cerebro necesita mayores y mejores aportes energéticos en épocas de exámenes y por otro, limitar la ingesta, incrementa la obsesión por la imagen y por las calorías. Es decir, al tener su mente capturada por estos pensamientos obsesivos se reduce su concentración en el estudio. La  vivencia de todo ello resulta  angustiosa, están atrapados, dejan de comer para estudiar más y mejor y sin embargo, es todo lo contrario. Algunos estudios sostienen que las largas  jornadas de estudio no solo se deben a su alta exigencia si no a sus dificultades para concentrarse.  

En el otro extremo, se encuentran las personas que experimentan momentos de atracón de comida o picar entre horas  para intentar calmar su ansiedad. La aparición de atracones está también influenciada por el intento de reducir la ingesta alimentaria o saltarse comidas. Es decir, al limitar la ingesta, la persona tiene hambre (sea o no consciente), lo que unido a la ansiedad, propicia picar entre horas y  favorece el atracón. Cuando la persona entra en ese momento, casi de trance, en el que come para restablecer su equilibrio emocional, en un primer momento se siente aliviada, pero después aparecen fuertes sentimientos de culpa. Estos fuertes sentimientos de culpa le llevan, a veces, a  purgarse y/o a idear nuevas formas de restringir alimento, quedando atrapados en ese dañino círculo vicioso de restricción – atracón- culpa- restricción y/o purga. Este círculo vicioso genera una gran ansiedad que evidentemente dificulta su concentración en el estudio. Otra problema es que el incremento de comida basura y las bebidas estimulantes (refrescos de cola y café) favorecen la ansiedad, disminuyen la concentración y producen irritabilidad y frustración. 

Una vez finalizado el curso llegan las fiestas de fin de curso y las graduaciones. Para la mayoría de los alumnos son un momento de alegría, pero para quienes padecen TCA puede ser otro momento de ansiedad. Las reuniones suponen relacionarse y mostrase a otros, algo que puede generarles cierta tensión, aunque sin duda, será elección de la ropa y la comida en la fiesta lo que les producirá  mayor angustia.  



En estos momentos el apoyo familiar es importante, tener paciencia y no reforzar cuando entren en bucle hablando de sus miedos (exámenes, imagen, comida…), solo escuchar y parafrasear. No reforzar quiere decir,  no razonar, no discutir, no enfadarse… , seguro que ya se ha hecho muchas veces antes y no ha dado resultado, solo estar ahí por si  lo necesitan o deciden pedir ayuda. Además, es importante seguir las pautas dadas por los profesionales a cargo de tratamiento o  pedirles más ayuda en estos momentos. 

martes, 9 de mayo de 2017

Entrevista en COPE sobre la realidad de los trastornos alimentarios





El pasado noviembre en el programa de madrugada La Noche de Isabel Lobo y Bárbara Archilla, me hicieron un magnífica entrevista, muchas gracias. 
En el audio que vais a poder escuchar me preguntan por aspectos relacionados con los trastornos de la conducta alimentaria, aquí va un pequeño resumen. 
Las páginas Pro Ana y Pro Mia, son webs que difunden un estilo de vida nocivo y son peligrosas para quienes las siguen, incluso los menores pueden acceder a ellas. En otros países, como Italia, Francia y Alemania, se han tomado medidas legales y es necesario hacerlo también en nuestro país. 
La falta de autoestima nos hace vulnerables a padecer un TCA (anorexia, bulimia, trastorno por atracón y trastorno inespecífico).
Los TCA también afectan a los varones (menores y adultos), de diez casos uno es de un varón. La edad más habitual para iniciarse en un TCA es la adolescencia pero también hay mujeres y hombres que los padecen. 
La detección precoz sigue siendo importante y es necesario ponerse en tratamiento. En los últimos años la investigación señala que entre un 50 y un 60% de los afectados en tratamiento se recuperaran totalmente. El incremento de las recuperaciones se debe a la mayor eficacia de los tratamientos médicos y psicológicos y a la concienciación social. Es importante seguir en tratamiento y mantener la esperanza, a pesar de los altibajos emocionales y las etapas difíciles. Estos altibajos y etapas son normales en la recuperación, por lo que es bueno aprender que forman parte del proceso y no rendirse.  
Las personas que padecen TCA sufren sus consecuencias en todas las áreas de su vida. Relacionarse con familiares y amigos, acudir a celebraciones, ir a clase o a trabajar o vestirse cada mañana se vuelve un desafío. Es decir, los TCA no solo afectan a la obsesión por la comida. 
La familia necesita mucha ayuda para poder acompañar al afectado en el proceso de recuperación. Cuando aparece un TCA en una casa, todos se sienten nerviosos, frustrados e incluso culpables. Es importante saber que ni familiares ni afectados son culpables. La familia necesita convertirse en cuidadores sanos y para ello necesitan aprender, pedir ayuda  a los profesionales y a las asociaciones puede ser una gran ayuda. ADANER, asociación con la que colaboro hace más de quince años, fue creada hace 26 años familiares y proporciona este tipo de ayuda. 

domingo, 5 de marzo de 2017

Emociones que no gustan: el miedo y la rabia

Las emociones nos ponen en contacto con nosotros, nos ayudan a adaptarnos al medio: nos protegen, nos movilizan y nos calman. Sin embargo, a pesar de su utilidad, a veces nos desbordan o incomodan. En el siguiente post analizamos dos de las emociones que menos nos gusta experimentar: el miedo y la rabia. Sin embargo, las sentimos, por tanto, es más sano aceptarlas que negarlas, aprovechar la información que nos dan y aprender a manejarlas.


Irene Alonso Vaquerizo, emociones, psicología, miedo, ira, inteligencia emocional


El miedo es una emoción universal. Se produce ante la percepción de una amenaza que puede ser física o emocional. Las situaciones u objetos que producen miedo pueden ser evolutivos, como el temor asociado a algunos animales. Estos miedos nos han ayudado a protegernos como especie y a mantenernos a salvo. Evidentemente también existen otras vivencias susceptibles de generar miedo, no se puede decir que los mismos elementos u objetos producen el mismo temor en todos, dependerá de quien lo experimente, según sus experiencias o su interpretación de la realidad. El miedo es una sensación de angustia que está relacionada con la percepción de recursos propios para hacer frente a una situación. Favorecer los recursos de afrontamiento puede ser una gran ayuda para que el miedo descienda. Además, el concepto social del miedo dificulta su aceptación y manejo posterior, desde este ángulo podemos reflexionar y desechar algunas ideas sobre el miedo que no favorecen su afrontamiento. Consideremos algunos:

El miedo es una señal, no un problema. Pero, socialmente en ocasiones se critica a quien lo siente, como si fuera algo vergonzoso. Pensar así no favorece su aceptación, si no su negación, algo que contribuye al bloqueo y no a la búsqueda de recursos. El miedo no significa ser cobarde (calificativo muy criticado socialmente). Tener miedo no significa identificarse con este sentimiento: tenemos miedo no somos el miedo. Cada persona es mucho más que una emoción. Si se aprende a analizarlo así, el miedo se podrá considerar como una señal, no como un problema, y la persona se podrá centrar en buscar recursos. El miedo se vuelve disfuncional por las reacciones que genera (cuando es la causa para evitar afrontar una situación) y por otras emociones que hace que aparezcan, como la vergüenza y la impotencia.

La rabia se experimenta cuando hay un obstáculo que nos impide lograr lo que queremos. Es decir, se siente al sufrir frustración. Cuando aparece un obstáculo, que se percibe amenazante, el organismo segrega adrenalina y noradrenalina preparando a la persona para la “lucha” o la defensa. Esta emoción es adaptativa en situaciones de riesgo: proporciona al organismo una mayor fuerza física y rapidez de acción para conseguir una mejor defensa. Sin embargo, no es útil para resolver un problema, por eso decimos que “es mejor no hablar o actuar en caliente”. En el momento en el que nos enfadamos frente a un problema, nuestra capacidad de organización y coordinación de las acciones, se ve mermada. Por eso, es mejor estar en calma para solucionar cuestiones que nos preocupan. Cuando la intensidad de la ira cede, podremos valorar la frustración de forma diferente y, de este modo, actuar desde la serenidad y no desde el impulso defensivo. No es negar la rabia si no tomarla, al igual que el miedo, como una señal de que algo no nos ha gustado. Esta comunicación mente–emoción nos ayudará a frenar ese estado de enfado permanente que algunas personas experimentan cuando sienten que el mundo está en su contra o que los demás actúan con la única motivación de dañarles.


En nuestra sociedad, solemos considerar la ira como algo negativo. Esta interpretación de la emoción no nos ayuda a aceptarla y manejarla. Sin embargo, la rabia tiene una parte útil: es una sensación que nos indica que tenemos que reparar una situación que nos molesta. Otra idea que no se corresponde con la realidad es que la manifestación de la ira es siempre descontrolada. Sin embargo, tiene grados y es posible aprender a graduarla. También existe la creencia errónea de que la ira debe reprimirse. Pero esta actitud no es sana, más bien favorece que las personas sean “ollas exprés” preparadas para saltar ante el mínimo contratiempo. Lo más sano y beneficioso para afrontar estado de rabia es detectarla, descargarla (el ejercicio o dar gritos en el campo ayuda) y después canalizarla y expresarla, siempre con respeto hacia los demás. 

martes, 7 de febrero de 2017

Equilibrio emocional

Alcanzar un equilibrio emocional nos hace ser más felices, reduce el estrés, favorece el abordaje de los problemas cotidianos, contribuye a que tengamos actitudes más serenas e incluso ayuda a la pérdida de peso. En el siguiente post analizamos la salud mental desde esta perspectiva.

Para el psiquiatra Alejandro Rocamora Bonilla de la Universidad de Comillas, la salud mental se logra cuando hay un equilibrio entre nuestros deseos y la realidad que vivimos. Por un lado, considerar nuestras limitaciones (físicas, psicológicas, económicas, culturales...) y por otro, favorecer nuestras posibilidades (físicas, psicológicas, económicas, culturales...). Al aceptar ambas (limitaciones y posibilidades) nos adaptamos a nuestra realidad. Gracias a esta aceptación podemos alcanzar equilibrio emocional. Este equilibrio no es estable, se va construyendo día a día y mantenerlo es un hábito de vida. Todos estamos sometidos a circunstancias más o menos cotidianas que lo alteran. Además, podemos sufrir alteraciones psicológicas que nos ponen aún más a prueba para mantenerlo; serán momentos en los que necesitaremos aprender herramientas para recuperarlo. Cuando estamos equilibrados podemos afrontar las eventualidades de la vida. Es decir, una persona sana y equilibrada mentalmente no es aquella que no tiene problemas, si no quien logra una estabilidad entre sus deseos y limitaciones, sus necesidades y las necesidades de quienes le rodean, sus proyectos y posibilidades...

Para el profesor Rocamora el equilibrio emocional y la felicidad están relacionados con lograr armonía entre nuestro mundo exterior e interior. El mundo exterior, el “tener”, sería el conjunto de nuestras posesiones: la ambición de belleza, de logros profesionales, de poder económico... El mundo interior, el “ser” , estaría relacionado con los sentimientos: solidaridad, bondad, esperanza... y el manejo de emociones como el miedo, la rabia.... Cuando no existe la armonía entre ambos mundos, la balanza se inclina en exceso a uno u otro, se producen alteraciones de ánimo y de conducta. Si la persona se centra en el mundo exterior, corre el riesgo de convertirse en alguien que no se sacia nunca y por lo tanto no es feliz. Si por el contrario, la persona se centra en sus emociones y pensamientos negativos (críticas, dudas, desconfianza...) tampoco se sentirá feliz.


Irene Alonso Vaquerizo, psicología, emociones, equilibrio emocional


Otros expertos, como Margaret Cullen y Gonzalo Brito, destacan el poder de la intención y los valores para lograr equilibrio emocional. Las intenciones son los pensamientos que impulsan nuestra conducta. Es una fuerza, a veces inconsciente, que nos dirige y hace que logremos lo que queremos. Los valores lo conforman aquellos aspectos que son realmente importantes para nosotros y nuestra vida. El equilibrio emocional se alcanzaría cuando las intenciones están conectadas con los valores personales. Si lo pudiéramos representar con una imagen sería poner nuestras velas (intenciones) a favor de nuestro viento (valores).  Ese viento (valores) nos puede llevar a donde queramos, al poner las velas (intenciones) a su favor. Para ello es importante y necesario que pongamos conciencia en cuáles son nuestros valores y dirijamos nuestras intenciones hacia ellos. En el desarrollo de las intenciones puede que se necesite ayuda o entrenamiento para ponerlas en marcha. Observar si son realistas, si se es constante en perseguir el objetivo, si se saben diseñar submetas, si se es capaz de ser flexible…

La investigación de los últimos años revela que considerar y actuar respecto a los valores propios tiene repercusión no solo en la salud mental si no también en la física. Así lo demuestra el estudio del año 2012 de Logel y Cohen, profesores de las Universidades de Estados Unidos Waterloo y Standford. Estos investigadores realizaron un estudio con mujeres para averiguar si considerar o tener en cuenta sus valores personales influía sobre su peso corporal. Al grupo experimental les pidieron que se reafirmasen en sus valores. Mientras que al grupo control, no les dieron ninguna indicación. Dos meses y medio después los investigadores a cargo del estudio observaron que el grupo experimental (participantes que practicaron la autoafirmación en sus valores) habían perdido 1,5 kilos, mientras que las participantes del grupo control (no tuvieron presentes sus valores) aumentaron en 1,25 kilos. Este estudio pionero en considerar vivir de acuerdo a los valores propios, nos recuerda que mente y cuerpo están en relación. Ambos se influyen positivamente al ir en la misma dirección o se influyen negativamente cuando hay una ausencia de coherencia entre ambos. Otros estudios señalan que priorizar los valores ayuda a que descienda el estrés, a tener mayor fuerza de voluntad y a reducir la agresividad… Falta investigación en este campo, pero sin duda son alentadores estos comienzos.  

lunes, 6 de febrero de 2017

Emociones funcionales versus disfuncionales


En las últimas décadas (tal vez a partir de la publicación del libro de Daniel Goleman “Inteligencia emocional”), ha crecido el interés por el conocimiento emocional. Por un lado, comprendemos las emociones desde diferentes disciplinas (filosofía, psicología), por otro, éstas nos vienen determinadas por la evolución de la especie, la cultura, muy especialmente, por el lenguaje. Por último, cabe señalar, que las emociones también están mediatizadas por el filtro familiar. La suma de todo ello (enfoques, evolución, cultura y familia), da como resultado un aprendizaje emocional que, en muchas ocasiones, puede ser erróneo o difuncional. Podemos, por ejemplo, sentir emociones desproporcionadas (no adaptativas), ante una situación normal (una comida familiar), lo que puede causar incomprensión por parte de los otros y, como consecuencia, favorecer el aislamiento de quien la sufre. De todo ello, hablamos en este post.

Influenciadas por diferentes aspectos, existen muchas definiciones del concepto “emoción”, y los científicos parecen no ponerse de acuerdo. Ello puede ser debido a que las emociones son abordadas desde distintos enfoques: el filosófico, el psicológico, el sociológico... Por poner un ejemplo: Sócrates ensalzaba el poder de la razón sobre las emociones. Además, la idea de emoción también se ve influenciada por diferentes concepciones culturales, las cuales transmiten creencias, actitudes, etc.

Es innegable, además, que el lenguaje influye en el concepto que tenemos sobre las cosas. Así, es llamativo que, según el idioma o cultura, existan palabras o no para poder nombrar emociones. Por ejemplo los yorubas (grupo etnolingüístico del oeste africano) carecen de un término para referirse a la ansiedad y los tahitianos no tienen una palabra para designar la tristeza.

Por otro lado, la familia es nuestra principal influencia para vivir y expresar nuestras emociones. Por tanto, según nuestra educación o manera en la que nuestros padres vivieron o expresaron sus emociones, podemos considerar unas u otras buenas o malas, pensar que tenemos derecho a sentirlas, negarlas, expresarlas o callarlas.

A pesar de que nuestro aprendizaje ha podido enseñarnos que hay emociones buenas o malas, es necesario que sepamos que las emociones en sí mismas no son buenas o malas, será el manejo que hagamos de ellas o la conducta derivada de las mismas lo que sea bueno o malo.  Las emociones no se eligen. Nos ponen en comunicación con nosotros mismos y nuestra interpretación del mundo. Nos pueden hacer sufrir cuando no las aceptamos y no sabemos aprovechar la información que nos dan. Negándolas o ignorándolas, podemos cometer acciones erróneas. Es decir, según el manejo que hagamos de ellas, serán funcionales o disfuncionales. Es importantísimo aprender a manejarlas.

Irene Alonso Vaquerizo, psicología, conocimiento emocional, autoconocimiento, inteligencia emocional, emociones funcionales, emociones disfuncionales


Según el profesor Ekman ―experto en emociones de la Universidad de California― las emociones son un proceso en el que se da una valoración automática de la situación. Esta  rápida valoración no es consciente y está relacionada con nuestro proceso evolutivo como especie y también con nuestras vivencias personales. La emoción nos avisa de algo que ocurre. Según el citado profesor, desde el punto de vista evolutivo, la emoción está al servicio de nuestra supervivencia. Las emociones se desencadenan ante diferentes situaciones (vivencias, conversaciones, películas...).  Una reacción funcional, de forma muy resumida, es adaptativa a la situación. Una reacción disfuncional, sin embargo, es exagerada, sin sentido o no adaptativa. Por ejemplo, es funcional ponernos a salvo de un perro rabioso, pero, temer a un cachorro, no lo es. Como tampoco es funcional la experiencia de fuerte ansiedad que experimenta una persona con anorexia ante un plato de comida. Una reacción disfuncional, a menudo, está relacionada con un trauma del pasado o temor intenso (miedo a ser mordido o, también, pánico a engordar y no ser aceptado). 

Otras veces, podría deberse a un miedo evolutivo, como por ejemplo, el terror a las serpientes que sienten muchas personas, aunque vivan en una ciudad (recordemos que para sobrevivir nuestra especie ha aprendido a escapar de los animales peligrosos, como las serpientes). 

Este es el reto para todos nosotros: aprender a manejar las emociones disfuncionales o aprender a diferenciar cuando son funcionales y cuando son disfuncionales. La neurociencia nos explica que nuestro cerebro es plástico y flexible, lo que, dicho de otro modo, nos permite llegar a manejar nuestras emociones y convertir las disfuncionales en funcionales.

A lo largo de nuestra experiencia vital como personas y miembros de una especie nuestro cerebro ha desarrollado circuitos neuronales a base de repetición que influyen en cómo percibimos la realidad. Cuando una emoción es intensa nos arrastra como una ola y sentimos que no podemos hacer nada. Cuando cede su intensidad, entramos en lo que el profesor Ekman denomina “Período refractario”: este estado nos permite valorar, con cierta calma, la emoción y poder averiguar si es más o menos funcional. Pongamos un ejemplo: tal vez en el pasado hayamos sido víctima del ataque de un perro, experiencia que nos ha hecho desarrollar terror hacia estos animales. Desde entonces, la visión de un perro desata una profunda emoción de miedo. Cuando la emoción es intensa no nos permite valorar la realidad del peligro. Pero, si somos conscientes de ella, al entrar en el “Período refractario”, podremos valorar la magnitud del peligro. Es decir, valorar que no es lo mismo un perro rabioso que un cachorro juguetón. Al poder identificar la emoción, aceptarla (no criticarnos o culparnos por ella), podremos empezar a manejarla. No es lo mismo identificar la emoción de miedo que identificarnos con el miedo. No somos el miedo, sino que tenemos miedo. Si el miedo evoluciona en fobia (terror angustioso extremo), no valen razones y tal vez sea  necesario un apoyo psicológico para poder afrontar la situación. 

viernes, 20 de enero de 2017

Las dietas son algo del pasado

Los estudios de los últimos años revelan que las dietas muy restrictivas no son efectivas. Es decir, no proporcionan que el peso alcanzado se mantenga  de forma duradera. Gracias a estos estudios, esta afirmación ya tiene carácter científico y no solo proviene de la observación frustrante de las personas que viven esclavizadas y con sensación de impotencia ante la imposibilidad de alcanzar o permanecer en un peso.

Reducir el peso corporal y mantenerlo es algo que preocupa a una gran parte de la población. La necesidad de perder peso puede ser un tema de salud cuando médicamente hay un problema, pero otras veces puede ser debido a la imposición de unos cánones de belleza que excluyen la diversidad, o tal vez, la forma errónea de una búsqueda de la autoestima a través de la imagen corporal.

Según la investigación actual son mejores unas pautas sanas, referidas a la ingesta (variación de alimentos y varias tomas al día) unida a la práctica adecuada de ejercicio físico.


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El peso depende del hambre y del gasto energético, pero nuestro organismo tiende a mantener un peso corporal, este concepto se conoce con el nombre de «Setpoint» o «Punto de ajuste».  La Dra. Sandra Aamodt compara este mecanismo con el de un termostato. Es decir, nuestro cerebro tiende a mantener un peso independientemente de lo que hagamos, igual que el termostato hace con la temperatura. La zona del cerebro encargada de ello es el hipotálamo, el cual regula ese aspecto según lo que considera adecuado para nosotros. El «Punto de ajuste» no es una cifra, oscila entre 4 y 7 kilos. Es algo inconsciente, no depende de lo que queramos o consideremos. Este sistema de regulación del organismo está relacionado con la evolución del ser humano. A lo largo de nuestra historia, la humanidad ha pasado periodos de hambruna y el cerebro ha «aprendido» a mantenernos vivos. De acuerdo a esta teoría cuando una persona pierde un peso considerable, el organismo piensa que está sufriendo un periodo de hambruna, por lo que incrementará la sensación de hambre y la musculatura consumirá menos energía para intentar permanecer en el peso. Según estudios del Dr. Rudy Leibel de la Universidad de Columbia, cuando alguien pierde el 10% de su peso corporal quemará unas 200 o 250 calorías menos.  Lo que no va a favorecer el descenso de peso, si no todo lo contrario.  Otra investigación realizada en las universidades de Exeter y Bristol también va en la misma línea, los regímenes de muy bajas calorías hacen que el organismo incremente las reservas de grasas (la persona acumula en zonas corporales) y generan que tenga más hambre. Este aumento del apetito podría ser el responsable  de que los individuos, sometidos a dieta o después de ella, tengan mayores ingestas o incluso atracones de comida, algo que probablemente antes no les había ocurrido, con lo que podrían aumentar su peso corporal. Las conclusiones de estos estudios solo han considerado variables biológicas sin observar las variables psicológicas individuales, pero aún así evidencian y explican buena parte de los fenómenos observados por las personas que están frecuentemente a dieta o padecen un trastorno alimentario.

El comienzo de una dieta no es algo inocuo para el organismo. Hacerlo de forma habitual dificulta experimentar las sensaciones de hambre y saciedad. Es decir, se altera la percepción de hambre al aprender a ignorar las indicaciones del organismo. Todo ello produce gran confusión en la persona, que empieza a preocuparse por lo que come y a temer excederse. Cualquier persona que haya estado a dieta un tiempo ha podido experimentar cierta confusión o alteración con sus sensaciones internas o temer haberse pasado en la ingesta, aunque haya sido ligeramente.  Eliminar la ingesta de alimentos de forma excesiva, sin control experto y mantenido en el tiempo, puede producir alteraciones en la persona a niveles físicos, emocionales, cognitivos y sociales.

·         Físicos: descenso de la grasa corporal y musculatura, trastornos gastrointestinales, pérdida de fuerza, alteraciones en el sueño, dolores de cabeza, sensación de mareo, aumento del frío corporal (manos y pies), pérdida de cabello, incluso incremento de la sensibilidad a la luz y al ruido, entre otros.
·         Emocionales: apatía, tristeza, culpa y cambios de ánimo, acompañados en ocasiones de irritabilidad y agresividad.

·         Cognitivos: obsesión y preocupación por la alimentación, dificultad para la concentración y el aprendizaje, descenso de la comprensión y alteraciones en la capacidad para razonar.

·         Sociales: descenso del interés en la realización de actividades con otros y aislamiento. Una dieta puede ser el factor más directo e inmediato para padecer anorexia. Los episodios de restricción también podrán dar paso a la bulimia. En la que, además de la reducción de la ingesta, aparecerán los atracones.